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Recuerdo hace ya unos cuantos años, cuando yo era una niña estudiando en Santa Rosa que esperaba como el agua de mayo que llegase el viernes o el sábado, si tenía partido o Fray Martín de Porres, para subir rápida en el autobús de las siete y cuarto o en el de la una y media del sábado y llegar a casa. No penséis que llegaba a casa y me quedaba en ella, que va, ni que es que al ser hija única echaba de menos a mis padres, a quienes no veía en toda la semana, no. Llegaba echaba la bolsa en el comedor y después de saludar a mi padre y a mi madre, un beso rápido, no penséis, me iba corriendo a ver a mi abuela, la paterna, a la abuela María, y ya rápida corría con las amigas a jugar un rato si era viernes, si era sábado tocaba comer y corriendo a ver la película de sesión de tarde, también con las amigas, ¡que buenos ratos he pasado viendo Sesión de tarde!.
Cuando ya la película terminaba el pueblo era nuestro y no había era o trozo de tierra cultivada o no, que no fuera lugar para pasar la tarde jugando, y corriendo aventuras y recreando escenas de la película del día o de nuestras series favoritas. La noche nos devolvía a casa, cuando ya no se veía, las más de las veces con una buena bronca por no haber ido a buscar la merienda, y no haber aparecido en todo el día por casa, ni deberes ni nada, no recuerdo yo hacer deberes hasta que hice COU, ni estudiar, ya puestos, pero claro eran otros tiempos.
A veces pienso en que si mi hija se hubiera ido de casa y no hubiera aparecido en todo el día me habría preocupado, desde luego no tanto como ahora lo haría, porque la vida ha cambiado y los niños ya no pueden campar e ir y venir a su antojo por el pueblo, ya no pueden alejarse de la vista de los padres o abuelos. Hemos evolucionado pero en algunos aspectos a peor, nuestro niños ya no pueden ser independientes, han de estar, para su seguridad, bajo nuestras faldas.