erraol
Había una vez un autobús que traía y llevaba viajeros, como no podía ser de otro modo, pero no cualquier tipo de viajeros, estos tenían un denominador común, venían de Huesca a Zaragoza con el rocío de la mañana y los primeros rayos del sol danzando en su cara y volvían con el calor de las primeras horas de la tarde, esas horas que incitan a los mortales al sueño y que los españoles dedicamos, sabiamente, a la siesta.

Ese autobús era el guardián de sus sueños y esperanzas. Todas las mañanas subían a sus asientos ocupando tradicionalmente el mismo cada día y se acurrucaban en sus sitios tapándose con los abrigos, chaquetas o chales, según la estación meteorológica y retomaban el sueño que habían abandonado con el sonido del despertador una hora antes. Alguno insomne por excelencia repasaba unas notas antes de una importante reunión, un estudiante con exámen da un último vistazo a los apuntes y los más se dejan mecer por el traqueteo de las ruedas sobre el asfalto hacia los brazos de Morfeo, confiando en el buen hacer de Rubén o Agustín, los conductores.

En este autobús no hay radio, ni emisora, bueno en realidad si las hay, pero están apagadas salvo que las condiciones meteorológicas así lo determinen, en invierno, cuando la noche les lleva tampoco la luces interiores iluminan a los pasajeros, hay que descansar y terminar de tomar fuerzas para la jornada.

En cuanto llegan a la Avenida Pirineos mágicamente los pasajeros van despertando de sus sueños mágicos y ya los primeros, entre los que me cuento, se ponen las chaquetas y cogen el bolso, cartera, o ambos y se disponen a bajar.

Los primeros pasos, son balbuceantes como los primeros sonidos de los bebés, pero poco a poco van tomando conciencia de que han llegado y la sonrisa o la risa, la mayoría de las veces toma posesión de sus caras, para decir a los viandantes con los que se cruzan que los de Huesca han llegado, y que no tienen cara de vinagre, todo lo contrario, vienen dispuestos a alegrar la vida de todos aquellos con quienes se crucen con ellos. Alguna tiene juicios esa mañana, otro planos que dibujar, algún otro repartirá por toda la ciudad los documentos que en el ayuntamiento tengan a bien darle y otra escribirá esta entrada y se pondrá a trabajar con sus historias.

Y colorín, colorado, la historia mágica del autobús ha terminado hasta las tres de la tarde que nuevamente un corrillo de oscenses de pro se reunirán sonrientes y comentando la jornada y los chascarrillos del día esperando el regreso mágico a casa.

Buenos días chicas.