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A menudo los adultos nos revestimos con una coraza para conseguir superar determinados momentos de la vida que son demasiado duros.

A menudo la vida nos recuerda que es mentira, y que nos preocupamos por banalidades y tonterias cuando lo único que hemos de hacer es VIVIR, y ser felices.

A menudo la vida nos vuelve a dar una bofetada y nosotros nunca aprendemos y ponemos la otra mejilla.

Creo que nunca me había sentido tan impotente, los adultos, generalmente, llevamos años acostumbrándonos a la muerte, aunque nunca lo conseguimos, pero cuando nuestros niños han de sentir la crueldad de la vida arrebatándoles a sus seres queridos, es cuando más impotentes nos sentimos, no puedo explicar, no puedo más que abrazar y nada más, no hay palabras que calmen, sólo lágrimas acompañando y mucho amor.

A menudo nos escuchamos quejándonos por la sobreprotección con que tratamos a nuestros niños, nunca lo hacemos suficientemente, y aunque no lo hiciésemos, aunque fuesen más independientes, nada les evitaría tener que intentar aprender a convivir con la muerte.

Si el fin de la vida es la muerte ¿cuándo vamos a aprender a vivir con ella?
Me temo que nunca, da igual que seas un ser religioso, o no lo seas, la muerte siempre golpea cruelmente y siempre nos pilla desprevenidos.

Hoy me he sentido impotente, mucho más que otras veces, porque me he quedado sin palabras y sin argumentos.