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Érase una vez una mujer con una gran nariz que hubo que operar para que cumpliese con el propósito de todas las narices, esto es permitir que penetre el aire en las fosas nasales para poder respirar, tras la operación todo iba más o menos bien, seguía ahogandose en las cuestas pero respiraba por la nariz, hasta que llegó el mes de setiembre y con él los primeros fríos.

Una tarde comenzó a notar que la cabeza le pesaba más de lo habitual y al poco rato notó que su nariz había dejado de funcionar y que en lugar de tomar aire emitía un líquido transparente similar al agua y que no paraba de caer. A los pocos minutos se percató de que un líquido similar salía por sus lacrimales, que están situados en los vértices internos de los ojos y cuya función es humidificar el globo ocular; la mujer, que habitualmente tenía que usar lágrimas artificiales para mantener sus ojos lubricados, había pasado a tener unas cataratas en ellos que por exceso de lubricación le impedían ver, es verdad que sus iris lucían maravillosamente verdes, que tenían un brillo espectacular pero las lágrimas impedían que viese bien, a pesar de sus gafas. De vez en cuando un tremendo terremoto sacudía toda su cabeza y las cataratas que salían de sus ojos y su nariz se veían intensificadas al ritmo del ¡Atchiiiiiiiiiis! de turno.

Como no hay mal que 100 años dure ni catarro que no se cure en una semana, esperemos que la tradición se cumpla y en unos días las cataratas y los terremotos dejen de asolar su cuerpo.

Buenos días chicas